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Julio Verne entre nosotros* Vicente Quirarte La primera vez que
tuve conocimiento de la novela de Julio Verne Un drame au Mexique fue gracias a las pasiones de mi amigo
Frédéric-Yves Jeannet. Nacido en Francia como Verne –aquél en Grenoble, éste
en Nantes-, Frédéric ejerció desde muy joven el oficio de explorador del
mundo, cristalizado en su primer libro, Lejos
de ninguna parte. Como Phileas Fogg, esa pasión viajera lo condujo a
encontrarse con la mujer de su vida, en México, y de manera más precisa, en
Cuernavaca. A esa ciudad dirigió sus miras desde que devoró las páginas de Under the Volcano, la obra maestra
donde Malcolm Lowry hace de Cuanáhuac un obligado sitio de peregrinación para
los devotos de la geografía literaria. En las páginas de Lowry, Frédéric hizo
un viaje virtual a Cuernavaca. Exploró sus cañadas, su magia, sus cantinas
que son simbólica y concretamente, el umbral del paraíso y del infierno. Y
fue en Cuernavaca, en la casa distante que allí han construido Frédéric,
Angélica y mi ahijado Juan Ángel, donde conocí el texto que ahora Leslie
Alger ha traducido y editado a partir de su edición original. Tuve la fortuna
de leer la novelita en la reproducción facsimilar que los siempre sabios
franceses han hecho de los Voyages
Extraordinaires editados por Jules Hetzel, en los cuales se reproducen
además las encuadernaciones originales, con sus flamantes rojos y dorados y
sus ilustraciones en relieve. Me sorprendió como a muchos que Verne hubiera
situado su narración en México, sin haber estado nunca en nuestro país, del
mismo modo en que nos alucinaba encontrar aquellas líneas de otro devoto
lector de Verne, Arthur Rimbaud, en unas líneas de su poema “Enfance”,
perteneciente a las Illuminations: “Este ídolo, ojos negros y crin amarilla,
sin padres ni corte, más noble que la fábula, mexicano y flamenco”. Ahora, gracias a la investigación
de Leslie Alger, sabemos que Un drama
en México se llamó originalmente Los
primeros navíos mexicanos, y que además de estar situada en nuestro país
e incluir desde el título su nombre, fue propiamente su primera novela
publicada, en 1851. El circuito de ese viaje nunca realizado pero siempre
soñado y, por lo tanto, consumado, se cierra cuando la propia Leslie Alger
nos informa que en 1910 apareció, como una de las obras póstumas de Verne,
otra novela situada en México, titulada El
eterno Adán. No me extenderé en la primera obra, pues corresponde ese
honor a quien como Leslie Alger nos ha obligado a mirar esa pequeña y
significativa obra con nuevos ojos y ha traído a Julio Verne hasta nosotros.
Pero haré una última digresión biográfica y bibliográfica que incluye de
nuevo, ustedes disculpen, a Frédéric-Yves Jeannet. Ante la cercanía de su
cumpleaños número cuarenta, se me ocurrió la obsesiva idea de regalare una
primera edición -en francés- de Autor du monde en quatre-vingt jours.
Tal decisión fue la llave que me permitió entrar con desplante y confianza a
un paraíso que siempre había mirado con veneración y sólo por fuera. Se trata
de una maravillosa librería llamada Monte Cristo, y que se encuentra en la
calle Monsieur le Prince del Barrio Latino. Vende de exclusivamente libros de
aventuras, de Emilio Salgari, Alexandre Dumas y por supuesto, Julio Verne. En
el aparador lucen los volúmenes como si apenas hubieran sido impresos y
encuadernados, alternados con juguetes de la época: el Nautilius del capitán
Nemo, el globo de Phileas Fogg. Es atendida por dos caballeros, jóvenes y
flemáticos, justamente orgullosos de su oficio. Cuando pedí el libro que
necesitaba, me atendieron con diligencia y fría amabilidad. Me explicaron,
por ejemplo, el misterioso motivo por el cual una encuadernación en keratol
cuesta casi el doble que la encuadernada en tela. Sólo tenían La vuelta al mundo… en la segunda
presentación, que igualmente era un regalo digno. Mientras me envolvían el
tesoro, les pregunté como al paso si tenían por casualidad Drame au Mexique. Desde la cima de su
autoridad me respondieron que esa novela, naturalmente, jamás la había
escrito Verne; que si no me refería, acaso a Un drama en los aires, como se llamó originalmente Cinco semanas en globo, que se
convertiría en 1863, en el primero de los viajes extraordinarios. Les dije que no y cómo la había leído en
edición facsimilar. Entonces procedieron a buscar en los catálogos más
autorizados. No la encontraban, y a punto de abandonar una búsqueda
bibliográfica que para ellos ya se había convertido en cuestión de honor, les
dije que no importaba, que me satisfacía haber contribuido mínimamente a
ensanchar su horizonte y que me daba gusto que Verne hubiera dedicado su
primera novela a un asunto histórico mexicano, aunque fuera de modo lateral.
Por fin, se iluminó el rostro de uno de los caballeros al encontrar la ficha.
Yo les había dado el dato incompleto, pues la novela se llama, naturalmente,
no Drame au Mexique sino Un drame au Mexique. La anécdota es ilustrativa de la
actitud que los países colonialistas tuvieron sobre los otros y la manera en
que nosotros quereos saber sobre ellos y acerca del modo en que nos miran. Es
significativo que la segunda edición de la obra, ya hecha por Hetzel, haya
aparecido en 1863, cuando México estaba ocupado por el ejército interventor
de la patria de Verne. Como ha examinado Jean Chesneaux en su magnífico libro
Una lectura política de Julio Verne,
no obstante que nuestro autor tenía una visión burguesa de la vida, en sus
novelas se notan luces de la utopía de Saint Simon así como la admiración del
buen salvaje. El eterno Adán es una narración dentro de otra narración. Un
hombre del futuro, el zartog Sofr-Aï.Sr, vive en el Imperio de Los Siete
Mares, en un momento cuando el mundo está convertido en una aldea global y ha
alcanzado un alto grado de civilización y civilidad. Un día encuentra un manuscrito escrito en
un idioma para él desconocido. Dedica varios años a su desciframiento y
finalmente lo ofrece a los ojos de nosotros, sus afortunados lectores. Y aquí
comienza para nosotros la parte más intensa, pues se trata de un diario,
escrito en primera persona, y situado a comienzos del siglo XX en la ciudad
de Rosario, Sinaloa. Dice el personaje narrador: “Aquel día, el 24 de mayo,
había reunido a algunos amigos en mi villa de Rosario. Rosario es, o más bien
era, una ciudad de México, a orillas del Pacífico, un poco al sur del golfo
de California. Me había instalado allí una decena de años antes para dirigir
la explotación de una mina de plata que me pertenecía en propiedad. Mis
negocios habían prosperado sorprendentemente. Era un hombre rico, muy rico
incluso…, y proyectaba regresar dentro de poco tiempo a Francia, mi patria de
origen. Mi villa, una de las más lujosas, estaba situada en el punto
culminante de un enorme jardín que descendía en pendiente hacia el mar y
terminaba de forma brusca en un acantilado cortado a pico, de más de cien
metros de altura. Por la parte de atrás de mi villa, el terreno seguía
subiendo y, a través de un sinuoso camino, podía alcanzarse la cresta de las
montañas, cuya altitud superaba los mil quinientos metros. A menudo era un
paseo agradable…varias veces había realizado la ascensión en mi automóvil, un
soberbio y potente doble faetón de treinta y cinco caballos, de una de las
mejores marcas francesas”. A
comienzos del siglo XX, La Ciudad Asilo del Rosario, antiguamente Real de
Minas de Nuestra Señora del Rosario, en el estado de Sinaloa, distaba 5
kilómetros de las vías del ferrocarril del Pacífico. La riqueza mineral
contenida en las entrañas sinaloenses había convertido a la población en una
de las más activas de la zona, y había sido el origen de fortunas mexicanas y
extranjeras. El hijo de una de ellas, Jesús E. Valenzuela, había dedicado
parte de ese patrimonio a financiar las aventuras intelectuales de los
escritores reunidos alrededor de la Revista
Moderna. Punto de confluencia de
empresarios y utopistas, de hombres de Dios y hombres sin ley, Rosario era
una población alejada de la autoridad central pero bajo la vigilancia de
Francisco Cañedo, que ocupó el escenario político sinaloense desde 1877 hasta
1909. Las altas temperaturas de
Rosario se mitigaban con la cercanía del mar y el paso generoso del
río Baluarte. Verne no es preciso en su descripción de Rosario, pues no hay mar.
El más próximo es Mazatlán, pero aquí, de nuevo, Verne logra que la
naturaleza imite al arte. Gilberto Owen, nacido en Rosario en 1904, hará en
su novela La llama fría, de 1925,
un híbrido entre Rosario y Mazatlán. ¿Eligió Verne la palabra Riosario por su
eufonía o por el conocimiento que pudo tener de esa población? Durante el
siglo XIX, varios fueron los extranjeros que vinieron a México con el
deliberado propósito de hacer un mapa de sus minas. El más célebre, por la
obra que escribió fue Henry George Ward, que estuvo entre nosotros en 1827.
Rosario fue un mineral de gran importancia desde la época virreinal, y aún a
principios del siglo XX, los mineros se dieron el lujo de colocar en la
parroquia un barandal de oro macizo. De ahí que la verosimilitud geográfica
de Verne, para situar el principio de su novela, sea la correcta. La situación idílica de la familia
que habita Rosario se ve una noche brutalmente interrumpida por un terremoto.
Con terror, al salir de la casa los personajes se dan cuenta de que el nivel
del mar sube con rapidez inusitada. Suben al poderoso automóvil –en los
tiempos de la muerte de Verne apenas comenzaba su imperio- y se dirigen a la
parte más alta de Rosario. En el último minuto logran subirse a un barco, el Virginia, que venturosamente llegaba,
y a bordo de él recorren lo que antes era tierra. El narrador debe de
reconocer: “¡Qué cambio, en el espacio de una corta noche de primavera! Las
montañas han desaparecido, todo México ha sido sumergido por las aguas. En su
lugar sólo hay un desierto infinito, el árido desierto del mar.” Posteriormente recorren todo el planeta
para descubrir que han desaparecido todos los continentes y que ellos son los
últimos sobrevivientes de la especie.
El mar, ese dominio libre y sin ataduras donde el capitán Nemo hallaba
el paralelo para su espíritu anarquista, y donde encuentra el símbolo de la
vida y de la eterna compañía de otras criaturas, más dignas que sus
semejantes, se ha transformado en
inmenso sudario que cubre a los antiguos habitantes del planeta. De los sobrevivientes, dos de ellos
son dos sabios, un inglés llamado Bathusrts y un mexicano, el doctor Moreno.
Asimismo, resalta la figura del señor Mendoza, “presidente del tribunal de
Rosario, un hombre estimable de mente cultivada, un juez íntegro”. Si en la novela es un
temblor de tierra el que altera la vida armónica de Rosario, en otra historia, ésta de la vida real,
ocurrida en 1913, un niño del mineral del Rosario llamado Gilberto Owen dice
a su madre: “Creo que va a temblar”. Minutos después comienza un terremoto,
venganza simbólica de una tierra vulnerada por varias generaciones de
gambusinos, uno de los cuales era el padre del niño Gilberto. A raíz del terremoto y de la Revolución,
la familia Owen Estrada emigra, para iniciar la Odisea de uno de nuestros
autores que hicieron del viaje uno de los temas fundamentales de su poesía y
de su existencia. El terremoto de la novela de Verne –que es en realidad un
maremoto de definitivas consecuencias- no puede dejar de evocarnos la
pesadilla tangible del Tsunami que, como en la ficción de Verne, que a
finales de 2004 borró territorios que apenas ayer estaban en nuestros mapas.
Creyente en los poderes benéficos de la naturaleza, y en la capacidad humana
para utilizarla en beneficio de la especie humana, en la narración El eterno
Adán ese poder generoso se transforma en maligno. Desde su primera
novela, Cinco semanas en globo,
Verne había dado nuestras de su desprecio a las que, fiel a las ideas de su
tiempo, consideraba razas inferiores y
de su fe en el progreso como medio para llevar a otras tierras los principios
de la civilización, que en la práctica eran los del colonialismo. Sin
embargo, en todo momento Verne da un voto de confianza a todos aquellos que,
sin importar su origen, su raza o su condición social, defienden los
principios morales de la humanidad entera.
Como
sucede con todo aquel que adquiere la unánime admiración de su especie,
varias ciudades reclaman haber sido cuna de su nacimiento. Rosario no es la
excepción. Los sinaloenses, y particularmente los nativos de Rosario,
ostentan el orgullo de que Verne haya elegido Rosario para situar el
principio de su novela apocalíptica. La profesora Schneider, que debe haber
nacido cuando Verne ingresaba a la inmortalidad, afirmaba, categórica y sabia, que el autor francés se carteaba
con una mujer de Rosario. La anécdota da pie para un nuevo viaje
extraordinario. Lo cierto es que el articular en su novela el nombre de la
ciudad de Rosario, Verne nos da pie para conversar con él de otra manera y
para establecer el principio de varias historias conjeturales. Posiblemente
le gustaría saber que esa ciudad sinaloense fue la cuna de Pablo
Villavicencio, mejor conocido por su seudónimo El Payo del Rosario, precursor
de la Reforma y por lo tanto hermano del espíritu de la revolución de 1848 y
la utopía libertaria abrazada por Verne; le hubiera divertido y estimulado
saber que en esa villa sinaloense nació el periodista que, al igual que
Lizardi, escribiría textos en los que se combinan la puntería crótica son la
sátira despiadada, como es el caso de O
se destruye el Congreso se lleva el diablo al reyno, de 1823, o uno de
1825 que bien hubiera suscrito Verne: Si
no se van los ingleses hemos de ser sus esclavos. El utopista Saint Simon
escribió: “Todo el vapor y la electricidad; sustituir la explotación del
hombre por la explotación del globo por la humanidad”. En esta frase, señala
Chesneaux, se resume el espíritu de los Viajes
extraordinarios de Verne. Además de las novelas donde hace tal
planteamiento, diseminado a lo largo de las aventuras que son el eje
principal de sus obras, el autor resume sus ideas de anticipación social en
el ensayo Une ville idéale (Una
ciudad ideal), “leído en la sesión pública de la Academia de Amiens del 12 de
diciembre de 1875. Y en Los 500 millones de la Bégum soñaba con una sociedad
progresista pero advertía contra los peligros de la desaparición del latín y
el griego en los liceos: “la instrucción es puramente científica, comercial e
industrial”. Al situar El eterno Adán en
Rosario, donde el personaje narrador tiene una situación no solamente estable
sino bonancible, Verne recuerda también el caso histórico del utopista e
ingeniero Albert Kimsey Owen, que en 1872, a los 24 años de su edad, llega
por primera ocasión a la bahía de Topolobampo. Al apreciar la riqueza de recursos, la belleza del paisaje, la
generosidad del clima, exclama: “si con la luz del amanecer aparece un canal
hondo y seguro entre este mar interno y e Golfo de California, entonces éste
sería el lugar perfecto para una gran ciudad metropolitana. En esas aguas,
donde ahora no se ve embarcación alguna, un día acudirían barcos de todas las
naciones. En estas planicies habitarán familias felices. Acudirán multitudes
de asiáticos y australianos que serán recibidas por los europeos que llegaron
a su vez desde las costas del Atlántico por el ferrocarril, cruzando las
llanuras y las sierras”. La idea de Owen parecía tan descabellada como la de
los ingenieros de Verne: crear un ferrocarril que constituiría la gran línea
Asia a Europa vía México y Estados Unidos. Tras cabildeos y ardua labor con
gobiernos y empresarios de México y Estados Unidos, en 1886 dio fin a su
sueño: se tendieron las vías del ferrocarril y se establecieron los primeros
colonos en Topolobampo. Luego enfermedades, hambrunas y descontentos, para
1893 la mayor parte de las familias habían regresado a su lugar de origen. La destrucción del mundo por
fuerzas de la naturaleza convierte a Verne en profeta de los nuevos tiempos.
Si bien El eterno Adán no tiene la fuerza de sus obras mayores, ni la solidez
de otros personajes, su visión apocalíptica, su ubicación en una población
mexicana, aproximan su visión a la de otro profeta desencantado de nuestro
tiempo, José Emilio Pacheco. ____________________ * Texto íntegro de la mesa redonda “Julio Verne, viajero virtual de México. En el centenario de su viaje más largo”, celebrada en la Biblioteca Nacional de México el 17 de marzo de 2005. |
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Próxima actualización, enero de 2006.