La dualidad humana vista por el séptimo arte. *

Roberto Coria

 

 

La frase “Porque yo es otro”, escrita en 1871 por Jean-Arthur Rimbaud en un documento conocido como Carta del vidente, y que respetuosamente tomamos para dar título a una puesta en escena que escribí con mis cofrades Vicente Quirarte y Eduardo Ruiz Saviñón, es una de las expresiones más estremecedoras de la identidad contemporánea. Aclara Rimbaud “no yo soy otro, sino que ese que ya no soy ha dejado de pertenecerme, actúa por su propia voluntad”.

La dualidad ha sido una de las preocupaciones cardinales del hombre y está fuertemente arraigada en el imaginario de la cultura occidental. Se encuentra cimentada en el folklore y el pensamiento mágico-religioso que data de figuras como Osiris y Set, Cástor y Pólux y Caín y Abel, el doppelgänger del romanticismo alemán o en mitos como la zooantropía, en donde sobresale la figura del licántropo u hombre lobo, paradigma elemental del conflicto entre el instinto y la razón, que ha inspirado importantes disertaciones filosóficas de pensadores como Virgilio y Ovidio. Pero esa es una historia aparte.

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde constituye, a mi parecer, el tratamiento literario más notable sobre el mito del doble, no sólo porque su autor, Robert Louis Stevenson, nació en el seno de una sociedad represora que hacía de este tema una de sus inquietudes capitales, sino por la riqueza de su técnica narrativa y sus implicaciones morales.

El mismo Stevenson, explorador incansable de los territorios imaginarios, es un caso notable de doble personalidad. Fue capaz de crear tanto un relato luminoso como La isla del tesoro –que desde su publicación en 1881 le valió el reconocimiento inmediato- y una fábula oscura como la que nos ocupa. Muchas son las historias que giran en torno a la concepción de esta novela emblemática y terrible. Se dice que Stevenson la escribió luego de tener una pesadilla, en la misma forma que la idea de Frankenstein se reveló a la joven a Mary Shelley. Que se basó en una figura de la vida real, el escocés William Deacon Brodie (1741-1788), quien por el día era un respetable ciudadano y por las noches cometía las más terribles acciones criminales. Que el nombre Jekyll es una combinación del pronombre francés Je  (Yo) y el verbo inglés kill (matar), del mismo modo en que Hyde remite al verbo to hide (esconder). Se documenta que su esposa Fanny arrojó una primera versión al fuego por no plasmar convincentemente la alegoría que el autor quería expresar. Sin embargo la anécdota que mejor refleja el horror que le despertaba la transformación física en otro es la que se refiere a sus últimas palabras, las que dirigió a su esposa mientras sufría la hemorragia cerebral que le quitó la vida a la edad de 44 años: ¿qué le está pasando a mi rostro?

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde vio la luz por primera vez en la navidad de 1885 y de inmediato despertó la admiración de lectores y críticos. Puede decirse que, a diferencia de otras novelas contemporáneas, nació siendo una obra maestra. “Es una historia atroz e inolvidable porque trata acerca del monstruo más temible: el que, vivo en nosotros, desata sus amarras sin aviso”, apunta Vicente Quirarte. En su condición de doble, Hyde no es una sombra (como en La maravillosa historia de Peter Sclemihl y en el aterrador cuento Markheim del propio Stevenson), ni un reflejo (como en El estudiante de Praga), ni un retrato (como el de Dorian Gray). Es un ser de carne y hueso. La novela es además, en palabras de Román Gubern, “un relato de intriga criminal pero también es una novela de terror y de ciencia ficción, además de constituir una fantasía psicológica y una alegoría moral”. Creo además que debemos considerarla como un relato de anticipación, pues antecede al estudio del subconsciente y a las teorías del psicoanálisis que enunciaría Sigmund Freud en los albores del siglo XX.

La búsqueda en el abismo del doctor Jekyll no pasó desapercibida a los ojos de otras manifestaciones artísticas. Ya en 1887 el dramaturgo norteamericano Thomas Russell Sullivan adaptó la novela para su representación en el Museo de Boston y el Madison Square Garden de Nueva York, con el actor Richard Mansfield en el papel protagónico. El éxito de esta puesta en escena determinó su salto a la pantalla grande.

Se tiene conocimiento de la existencia de once películas mudas sobre la novela de Stevenson. La primera producida en 1908 por la compañía norteamericana Selig, la segunda en Dinamarca en 1909, la tercera en 1912 en Estados Unidos por Carl Laemmle, la cuarta y quinta en 1913 –una en norteamérica y la otra en Inglaterra-, la sexta por la Starlight company en 1914, la séptima, octava, novena y décima en 1920. De estas una era protagonizada por John Barrymore y producida por la Famous Players-Lasky, otra era estelarizada por Sheldon Lewis y producida por Pioneer films, otra era comedia de Arrow films y la última era una versión apócrifa titulada Der Januskopf (la cabeza de Janus), dirigida en Alemania por Fritz Lang con el actor Conrad Veidt en el papel principal y un joven actor húngaro conocido como Bela Lugosi en el papel del mayordomo. La onceava era otra versión apócrifa austriaca titulada Dr. Warren and Mr. Connor.

De todas las cintas anteriores, la protagonizada por John Barrymore es la más notable, no sólo por su espléndida actuación basada en contorsiones corporales, cambios de postura y expresiones faciales –como lo hiciera Richard Mansfield en el escenario-, sino porque formalizó las convenciones dramáticas que influenciaron las subsecuentes adaptaciones fílmicas. A la trama ideada por Stevenson, protagonizada únicamente por varones –lo cual nos ofrece la posibilidad de una lectura homosexual-, el director John S. Robertson añadió un elemento tomado de otra extraordinaria fábula sobre la dualidad, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde: una joven y bella mujer que es seducida, victimizada y destruida por el despiadado personaje central.

Una década después, con el éxito de la película Drácula, producida por los estudios Universal, y con una versión de Frankenstein en camino, Paramount Pictures encomendó una nueva adaptación de Jekyll y Hyde al director de teatro Rouben Mamoulian. El estudio pidió a Mamoulian que usara al actor Irving Pichel en el rol protagónico, pero éste lo rechazó pues pretendía emplear a alguien más joven, en quien la rebelión y la transformación fuera más interesante al enfrentarse con las pasiones juveniles. Así se decidió por el actor Frederic March, quien era considerado un peso ligero en el medio.

La cinta fue estrenada el 26 de diciembre de 1931 con el título de Dr. Jekyll and Mr. Hyde, y fue bautizada en español como El hombre y el monstruo. Al igual que la novela de Stevenson, despertó inmediatamente comentarios entusiastas y contribuyó a elevar a las películas de horror a una nueva categoría.

El hombre y el monstruo es una interesante propuesta fílmica, estilísticamente innovadora para su época.

Desde su primera secuencia, espléndidamente fotografiada por Karl Strauss, asumimos el punto de vista del que más adelante identificaremos como el personaje central, quien interpreta en un órgano –cual fantasma de la ópera- el Preludio y Fuga en D menor de Johann Sebastian Bach. Esta estrategia narrativa es la primera variante notable respecto a la novela, en la cual el abogado Gabriel Utterson es el hilo conductor del relato.

Tal como lo hicieran los estudios Universal, la producción de Paramount puso especial énfasis en el maquillaje del monstruo, un aspecto que las cintas inspiradas por la novela siempre han explotado. Una primera versión del aspecto de Hyde remitía a la caracterización que usó Lon Chaney en la cinta  London after midnigth, pero después de realizar una exhaustiva investigación antropológica, el maquillista Wally Westmore se decantó por un aspecto similar al del hombre de Neanderthal.

Las notables secuencias de transformación fueron ingeniosamente filmadas mediante la manipulación de filtros de colores que eran indetectables por la película de blanco y negro. Los primeros signos de la metamorfosis de Jekyll en Hyde –las ojeras y las líneas de expresión- fueron directamente pintados en el rostro de March con maquillaje rojo. Luego, al ser fotografiadas con un filtro de compensación rojo, eran invisibles ante la cámara. Cuando los filtros cambiaban de rojo a azul, y con la gesticulación apropiada, el cambio se presentaba mágicamente en la cara del actor. Este proceso le valió al cinefotógrafo Strauss una nominación al premio Oscar.

Otro aspecto remarcable es el guión de Samuel Hoffenstein y Percy Heath, que también les mereció una nominación al premio de la Academia. Los escritores dotaron a la historia de una carga sexual explícita y de una violencia contra la mujer que excedían los parámetros de la época. Debido a diálogos escandalosos y escenas atrevidas en donde la prostituta Ivy tentaba con sus encantos al inocente Dr. Jekyll, la cinta fue objeto de censura oficial y de los propios estudios. Por ejemplo, existen fotogramas que demuestran que Mamoulian filmó la memorable escena de la novela donde Hyde pisotea ferozmente a una pequeña vendedora de flores, así como una secuencia donde el villano arroja a un indefenso gatito al río Támesis.

Gracias a su interpretación como este icono de la literatura fantástica, Frederic March ganó el premio de la Academia a mejor actor en el año de 1932.

Desde entonces muchos han sido los actores que han dado vida al científico que se atrevió a ver lo que otros habían creído ver. Spencer Tracy, Christopher Lee, Jack Palance, Kirk Douglas, Jerry Lewis, Michael Caine, Anthony Perkins, John Hannah y John Malkovich. Sin embargo entre todos estos destacará siempre Frederic March, quien estelariza la película que disfrutaremos en unos minutos. Su tema central, a más de un siglo de su publicación, es un espejo donde todos podemos reflejarnos.

En muchos sentidos, todos somos Edward Hyde.

 

 

 

Ficha técnica

“El Hombre y el monstruo” (Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Estados Unidos, 1931). Dirigida y producida por Rouben Mamoulian. Escrita por Samuel Hoffenstein y Percy Heath, basada en la novela The strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson. Fotografía de Karl Struss. Con las actuaciones de Frederic March (Dr. Henry Jekyll/Mr. Edward Hyde), Miriam Hopkins (Ivy Pierson), Rose Hobart (Muriel Carew), Holmes Herbert (Dr. Hastie Lanyon), Halliwell Hobbes (General Brigadier Carew), Edgar Norton (Poole) y Tempe Piggott (Sra. Hawkins). 96 min. Blanco y negro. 35 mm.

 

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* Texto íntegro de la conferencia dictada dentro del ciclo Charlas de Café de la Cineteca Nacional, celebrada en martes 20 de septiembre de 2005.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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